San Camilo de Lelis
Camilo en su lugar y en su tiempo
Nació el 25 de mayo de 1550 en Buquiánico, un pequeño pueblo del Este de Italia, de la diócesis de Quieti, en la región de los Abruzos, entonces perteneciente al reino de Nápoles, de la corona española.
Históricamente se encuentra al final del Renacimiento, época en la cual, mientras se da la consolidación de los grandes estados y se observan los beneficios de los viajes ultramarinos, se vive un momento no precisamente pacífico. Aparte de frecuentes guerras entre grandes potencias, los turcos amenazan continuamente al Mediterráneo, hasta que la Liga Santa frena en Lepanto (1571) su arrolladora expansión. Los ejércitos que participan en todas estas hazañas bélicas, se nutren en buena parte de soldados mercenarios, profesión del padre de Camilo y luego de él mismo.
Continúa la aparición o refundación de órdenes, ya iniciada en la primera mitad de siglo. Así en 1562 Santa Teresa funda el primer convento de Carmelitas Descalzas, en 1564 San Felipe Neri, confesor de San Camilo, funda el Oratorio, en torno a 1600 San José de Calasanz abre en Roma su primera escuela y junta a sus primeros compañeros. Surgen sobre todo órdenes muy dedicadas al apostolado: de los necesitados, de los niños, del pueblo… que viven como monjes en medio de la gente adaptando su vida comunitaria a su ministerio pastoral.
Como vemos es un momento de grandes santos. De todos ellos hay tres que parecen “pasarse el relevo» en la caridad. Se trata de San Juan de Dios, San Camilo de Lelis y San Vicente de Paúl. Pues el año que murió el primero (1550), nació el segundo y el año que Camilo falleció (1614), Vicente estaba en los comienzos de su ministerio.
Roma segunda patria de Camilo, vive el esplendor de los papas reyes. A la vez, hay una parte del pueblo en la miseria y los hospitales, donde iban precisamente los más pobres, están confiados a «mercenarios». Se trataba de gente que trabajaba por puro interés económico o que conmutaba así penas de galeras o de prisión. No obstante, colaboraban también personas piadosas aunque menos. Ambos datos tuvieron en nuestro protagonista honda repercusión.
Buscando un rumbo
Entramos ya de lleno en la vida de San Camilo y lo primero que constatamos es que nace de un matrimonio de padres ya mayores, Juan de Lelis y Camila Compelio. El padre como hemos visto es soldado y lucha bajo la bandera del Emperador Carlos V. Ambos, padre y madre, son de origen noble y, sobre todo ella, bastante religiosos. Estos podían ser dos buenos ingredientes para darle a nuestro santo una buena educación, que por lo menos en sus primeros años tuvo, pero una serie de circunstancias hicieron que aquella no se pudiera completar debidamente. En primer lugar la muerte de la madre cuando Camilo contaba trece años, después su carácter inquieto y travieso, que su padre o no logró dominar y el comienzo de su vicio más pernicioso, el juego. No obstante mantenía un buen corazón y era generoso con los pobres.
Visto que no había otra solución, su padre se lo llevó consigo a la milicia desde los 18 años. Dos años después moría aquel y Camilo totalmente solo y aquejado de una llaga en la pierna fue a curarse a Roma al Hospital de Santiago de los Incurables. Allí aceptó trabajar al servicio de los enfermos pero le despidieron. Regresa a las armas y en el otoño de 1574, pierde todo jugando en Nápoles. Llega así al fondo de la miseria y de la desorientación, pero no pierde la profunda fe que le inculcó su madre y así, inconscientemente se prepara para un gran acontecimiento.
La conversión
Al no tener nada, Camilo, se dedica a mendigar por las ciudades. En Manfredonia le dan trabajo en un convento de capuchinos. Estos le envían un día a por un recado a un convento cercano, y al regreso sucede esto que nos cuenta su primer biógrafo, Sancio Cicateli,
«Durante el camino, montado en el asno entre dos alforjas, pensaba ensimismado en lo que le había dicho el Padre Guardián. Y mientras cabalgaba y pensaba […] le asaltó un rayo de luz interior, procedente del cielo y tan intenso, sobre su miserable estado que creyó que el corazón se le hacía pedazos roto por el dolor. Incapaz de mantenerse a lomos del asno, debido a la extraña conmoción que sentía, se dejó caer a tierra en mitad del camino, abatido por la divina luz. Allí mismo, arrodillado sobre una roca, comenzó a llorar amargamente por su vida pasada, con tales muestras de dolor que las lágrimas regaban continuamente sus mejillas […] Decía y repetía con insistencia las siguientes palabras: “¡No más mundo! ¡No más mundo!” (S.Cicateli, Vida del P. Camilo de Lelis, pág.57)
Todo esto tuvo lugar el día de la Presentación del Señor, 2 de febrero de 1575, cuando nuestro santo tenía 25 años.
Cuando llegó a su destino, emprendió una vida de oración y rigurosa penitencia y expresó a los frailes su deseo de ser capuchino. Los superiores lo aceptaron, pero más tarde tuvo que desistir de su propósito porque por el roce del hábito se le volvió a abrir la llaga del pie que tuvo años atrás. Esto le hizo regresar al mismo hospital y allí descubrió que su verdadera vocación era el servicio a los enfermos. Trabaja bien y es pronto nombrado mayordomo, es decir gerente. Desde allí observa y denuncia la situación inhumana en que se tenía a los enfermos.
La fundación
Pasados unos años, la víspera de la Asunción de 1582, San Camilo siente en sueños la inspiración de crear una «compañía» de hombres que por amor a Dios sirviesen a los enfermos con la caridad y ternura que suelen tener las madres con sus propios hijos enfermos. Con esta idea junta pronto cuatro compañeros. Poco después, para dar más credibilidad a su iniciativa y ofrecer un servicio completo a los enfermos, inicia los estudios eclesiásticos y en 1584 es ordenado sacerdote.
Pronto la «compañía» extiende su labor más allá del ámbito hospitalario, asume la atención de los enfermos y moribundos a domicilio, de los afectados por las grandes pestes incluso de los enfermos de las cárceles. El fundador elige como nombre para sus seguidores el de «Ministros de los Enfermos».En el mundo, hoy se les conoce popularmente como «Camilos».
El 18 de marzo de 1586 Sixto V aprueba y confirma aquella primera «compañía” como «congregación», es decir le da un primer reconocimiento eclesiástico como forma de vida religiosa pero aún sin el vínculo de los votos públicos. Este llega en 1591 al ser declarada por Gregorio XIV Orden religiosa. Ese año Camilo y sus seguidores profesan castidad, pobreza, obediencia y servicio a los enfermos aún con riesgo de la propia vida. Ese último es el voto más principal y característico de la Orden.
Los Ministros de los Enfermos están presentes en grandes pestes y catástrofes de la época, en la atención a los pobres e incluso en los campos de batalla. Camilo es el primero que se compromete y se entrega en cuerpo y alma. Muere en Roma el 14 de julio de 1614.
Desde el principio la Orden está compuesta por «hermanos» y «padres” iguales en dignidad. Con el tiempo han ido surgiendo también congregaciones femeninas con carisma camiliano como las Hijas de San Camilo y una asociación de seglares llamada Familia Camiliana.
Carisma y ministerio de San Camilo y los Camilos
El carisma
El carisma de los Religiosos Camilos se resume en el amor misericordioso a los enfermos a ejemplo de Cristo y en ver a este identificado con ellos. Esto se inspira en dos pasaje evangélicos: la Parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 30-3 7) y el Juicio Final (Mt 25, 31-46). A este último hace referencia Camilo en su Regla de vida de 1599.
«Si alguno, inspirado por el Señor Dios, quisiere ejercitar las obras de misericordia espirituales y corporales, según nuestro Instituto, sepa que ha de estar muerto a todas las cosas del mundo y vivir solamente para Jesús Crucificado bajo el suavísimo yugo de perpetua pobreza, castidad y obediencia y servicio a los pobres enfermos […] acordándose de la Verdad Cristo Jesús, que dice: ‘Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos menores a mí me lo hicisteis’, diciendo en otro lugar: ‘Estaba enfermo y me visitasteis’ » (Constitución, pág. 1)
La misión o ministerio
La misión de la Orden está centrada en el enfermo. En los comienzos esto se expresaba sobre todo en el trabajo hospitalario, la atención a los moribundos y apestados, todo desde una visión integral, es decir que abarcaba y suponía tanto la atención corporal como espiritual. Y todo con un «amor de madre» como le gustaba decir al mismo Camilo:
«En primer lugar, cada uno pida al Señor que le conceda un amor como de madre hacia su prójimo para que pueda servirle con perfecta caridad tanto en lo espiritual como en lo corporal, ya que deseamos con la gracia de Dios servir a todos los enfermos con aquel amor que tiene una cariñosa madre cuando atiende a su único hijo enfermo”
(Camilo de Lelis, Palabras desde el corazón, p.212)
Actualmente la Orden sigue trabajando en los hospitales, propios y ajenos, residencias de ancianos, especialmente con los más pobres y enfermos, y centros para discapacitados La atención a los enfermos y moribundos en las casas es mucho menos frecuente. Sí, en cambio se está haciendo una apuesta por los cuidados paliativos tanto en el establecimiento de unidades como en la formación del personal. Continúa la actuación en las grandes «pestes» como el SIDA, especialmente en África e incluso se está creando una «fuerza de choque» para coordinar esfuerzos ante grandes catástrofes.
En los últimos decenios se ha efectuado una gran expansión misionera de la Orden con importantes proyectos de promoción sanitaria, respondiendo a grandes situaciones de pobreza. En este mismo periodo de tiempo los Camilos han apostado fuertemente por la formación a través de los Centros de Humanización de la Salud. En ellos se trata de formar a todo el que lo desee en temas que ayuden a una mejor relación, comprensión y actuación con el enfermo y su entorno, con el objetivo de crear unas relaciones más humanas donde aquel sea el centro y promover su salud integral: física, psicológica, social espiritual …. Esto se hace a través de cursos y edición de libros y revistas.
También han surgido los llamados «centros de escucha” donde personas preparadas, muchas de ellas voluntarias realizan este acto como ayuda y terapia. Además en esos lugares se reúnen «grupos de autoayuda», personas que han sufrido la muerte de un ser querido y se juntan para ayudarse contando sus experiencias.